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Si Vis Pacem, Parabellum

  Un grupo selecto de médicos, enfermeros, militares y policías se reunía en secreto, unidos por un propósito silencioso y común. No eran solo expertos en medicina; su verdadera misión trascendía los hospitales y quirófanos. Se preparaban para una guerra diferente, una amenaza oculta y mortal que, aunque invisible, sabían que llegaría. No sería una guerra común, sino un conflicto devastador que difuminaría las fronteras entre lo conocido y lo impensable. Sus noches eran largas y sus días agotadores. En su tiempo libre, cuando otros descansaban o volvían a sus hogares, este equipo dedicaba horas a estudiar, entrenar y perfeccionarse. Sabían que un sacrificio hoy podría marcar la diferencia mañana. Cada curso, cada técnica de medicina táctica, cada simulacro en el hospital no era un simple protocolo; era un paso hacia la supervivencia en un futuro incierto. Lo que inquietaba profundamente al equipo no era solo lo que sucedía en las fronteras lejanas, sino lo que estaba por venir. Mie...

Conexiones Inesperadas

 

En una tarde sofocante en la capital federal, terminé mi jornada como médico en el hospital. Decidido a resolver el problema de la computadora de mi auto, y aun con mi uniforme puesto me dirigí hacia Warnes. Al llegar al taller recomendado, el dueño, visiblemente apurado, solicitó dejar mi vehículo para que la computadora fuera enviada a un especialista en el Barrio Villa Urquiza.

Desalentado por la perspectiva de cinco días de espera, sin encontrar un taxi disponible, caminando con mi reluciente uniforme blanco emprendí el regreso a casa que quedaba a varios kilómetros de distancia.  No muy lejos, presencié un choque entre un taxi y un moto flete. El conductor de la moto, herido y aturdido, necesitaba ayuda. Sin dudarlo, apliqué mis habilidades médicas para asistirlo. Durante nuestra conversación, mencionó la urgencia de un paquete.

En ese preciso momento, otro moto flete se acercó. Reconociendo al conductor, el herido le rogó entregar un paquete en el Barrio Villa Urquiza. Me quedé mirándolo atónito mientras seguía teniendo su cabeza para inmovilizar su columna cervical. Fue entonces cuando todo cobró sentido: el motociclista accidentado era el portador de la computadora de mi auto. El destino, de manera sorprendente, había entrelazado nuestras vidas en una serie de eventos aparentemente aleatorios, revelando así el enigma oculto detrás de esas coincidencias.


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